¿Cómo olía la antigua Roma en verano?

En el imaginario colectivo, Roma antigua evoca imágenes de mármol blanco, togas impecables y discursos en el foro. Pero pocos se detienen a pensar en algo tan cotidiano – y revelador – como el olor. ¿A qué olía realmente la ciudad eterna durante los calurosos meses de verano?
Una ciudad viva… y maloliente
Roma era una ciudad vibrante, pero también densamente poblada, con un sistema de saneamiento rudimentario para los estándares actuales. Las calles estaban abarrotadas de personas, animales, mercados y talleres, todos ellos generadores constantes de olores. El calor del verano intensificaba estos aromas, creando una mezcla densa y difícil de ignorar.
Las cloacas y el Tíber: aliados poco eficaces
Aunque la Cloaca Máxima fue una obra maestra de ingeniería, no era suficiente para mantener la ciudad limpia. Muchas viviendas vertían directamente sus desechos en las calles, que con el calor se convertían en focos de hedor. El río Tíber, que cruzaba la ciudad, solía arrastrar basura, excrementos y restos de todo tipo, convirtiéndose en un cauce pestilente, sobre todo en épocas de sequía.
El mercado: entre delicias y descomposición
Los mercados eran el corazón de la vida romana, y en verano se transformaban en un festín para los sentidos… y las narices. Pescado sin refrigerar, carne expuesta al sol, frutas maduras y restos orgánicos creaban una sinfonía olfativa difícil de ignorar. A ello se sumaba el sudor de los vendedores y compradores, muchos de los cuales apenas conocían el concepto de higiene personal.
Perfumes, incienso y estrategias para disimular
Los romanos ricos trataban de contrarrestar estos olores con perfumes, inciensos y ungüentos aromáticos. Las mujeres solían perfumarse el cabello y la ropa, mientras que en los templos y hogares acomodados se quemaban resinas como el incienso o el mirra. Sin embargo, estos intentos solo lograban camuflar parcialmente el olor ambiental.
El sudor de la multitud y los baños públicos
En verano, el sudor era omnipresente. La ropa de lino o lana, sin lavar durante días, se impregnaba rápidamente. Aunque existían los baños públicos – un verdadero orgullo romano -, no todos tenían acceso diario a ellos. Además, los baños estaban a menudo abarrotados, y su agua no siempre era tan limpia como se cree.
Una experiencia olfativa muy distinta
En definitiva, caminar por la antigua Roma en verano era vivir una experiencia sensorial intensa. Lejos del romanticismo moderno, la ciudad combinaba olores corporales, basura, alimentos en descomposición y humedad estancada. Sin embargo, para los romanos de la época, todo esto era simplemente parte de la vida urbana.